Sé perfectamente que llamar a este blog "El Viaje al Fin del Mundo", y comenzarlo con una entrada titulada "Llegando al Fin del Mundo" es duplicar los lugares comunes, pero es imposible, al pisar Ushuaia y mirar hacia el canal del Beagle no sentir ese vértigo frente al abismo de sur, nieve y piedras. Así que permítanme esta licencia literaria.
Ushuaia es la ciudad más austral del mundo, y tal vez por eso o no, una de las ciudades más caras también. Así que en vez de hoteles inaccesibles u hospedajes medio pedorros arriba de cuestas imposibles, reservamos por el viejo y querido Airbnb un departamento sobre la avenida principal, justo en la entrada del casino. Con vistas hacia la avenida y hacia la bahía.
Nos recibió Toni, un español caído en Ushuaia, buena onda y al final amigo de varios personajes que nos fuimos encontrando el fin de semana.
Dejamos las valijas y salimos a caminar por el puerto antes de ir hacia Canal Fun, la agencia donde contratamos las dos excursiones, porque a las 3 de la tarde salimos para Laguna Esmeralda.
En una combi, desde el centro de Ushuaia nos llevaron hasta cerca del acceso de Tierra de Lobos, donde en invierno se hacen las caminatas con trineos tirados con perros.
Desde ahí, guiados por Santiago, fuimos caminando hacia la Laguna Esmeralda, que queda debajo del glaciar Ojo del Albino.
Es una caminata de más o menos hora y media, un poco por el bosque, otro tanto por el valle sobre la turba. Tuvimos suerte (excesiva suerte) con el clima, un día solado de 16 grados y poco barro (aunque Francisco logró caerse de lleno sobre un lodazal).
En el regreso pasamos por una castorera, cerca de las 19:30, el horario donde es más probable ver a alguno. Y no sólo pudimos ver a uno, sino que nadó y nadó, salió hasta la costa frente a nosotros, cortó una rama y la llevó nadando hasta la madriguera para alimentar a sus crías.
Los castores es una especie introducida artificialmente en Tierra del Fuego, lo hicieron en 1946, para crear una industria de pieles, pero nunca anduvo. Así que un par de años después soltaron a las cuatro familias que habían traído, hoy son unos cuántos cientos de miles, que al no tener depredadores naturales (osos, coyotes, lobos, linces) se hicieron plaga y están depredando mal el sistema acuífero de toda la isla.
La excursión terminó en el refugio de la agencia, entre las montañas, con un fuego reparador y un guiso de lentejas punzudo.
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