El lunes lo teníamos de comodín por si algún día nos tocaba mal tiempo y nos perdíamos de alguna excursión, pero como tuvimos una fortuna increíble con el clima (los propios fueguinos nos decían que era casi impensable tres días de sol y calor como los que tuvimos), aprovechamos para dormir un poco más de la cuenta, armar las valijas temprano, sólo pasear un poco por el centro y almorzar, como les había adelantado, en la Cantina Fueguina. Donde la trucha patagónica me hizo olvidar el traspié con la centolla, porque estaba deliciosa, aunque Caro dice que no se podía ni comparar con la merluza negra que pidió ella.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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